martes, 5 de enero de 2016

Ser introvertido no es ser "raro"

Callada, ella observa desde la mesa de un café cómo la gente conversa en la plaza: las madres con otras madres, los que van con perros con otros que van con perros… Revuelve su expresso y nota el rostro triste de una de las madres. “¿Qué le pasará?, se pregunta, y se queda sumergida en un recuerdo de cuando su propia madre se mostraba angustiada…

Callado, él llega a casa, y por un rato necesita no escuchar los asuntos del día; abraza a su mujer, besa a los hijos en la frente, y los tres ya lo saben: papá precisa estar un rato a solas consigo mismo. Enciende el viejo equipo de música, cierra los ojos, desacelera la mente, y recién ahí ha llegado “a casa”: dentro de sí (un anhelo acariciado durante todo el día laboral). Luego sí, saldrá a la cocina y estará listo para compartir con los suyos…

¿Qué es ser introvertido? A lo largo del camino he conocido sobre todo a personas de esa condición (quizás porque yo también lo sea, quizás porque, como se dice en el campo, “Dios nos cría y el viento nos amontona”). Y no ha sido raro para mí hallar que muchas personas introvertidas sienten que “está mal” serlo, como si fuera un defecto severo, una falla personal, un mecanismo a remediar.

Claro, no es que lo crean por sí solos: nuestra sociedad no propicia la vida de los introvertidos. Basta con ver las publicidades de TV y la gente “feliz” o “popular” no está “a solas consigo mismo”. Entonces, la familia puja para que el introvertido en cuestión vaya a los cumpleaños de los tíos, los (pocos) amigos le llaman con insistencia para que salga más de lo que quiere, la pareja o los padres se preocupan de lo introspectivo que siempre se lo ve…

Digámoslo ya, aunque resulte obvio: un intro-vertido es alguien cuyo estilo de estar en el mundo es “verterse hacia adentro”; muy atento a sus procesos íntimos, su energía no tiene la urgencia de expandirse hacia el afuera, tal como sí lo experimenta el extra-vertido. Y lo principal que tengo que mencionar es que ¡algo así como la mitad de la Humanidad es introvertida, y la otra mitad extravertida! O sea, los introvertidos no son “raros”; son más silenciosos, por ello se los detecta menos. Fue el psiquiatra suizo Carl G. Jung quien describió estos dos tipos psicológicos.

Esto significa que el introvertido no está “enfermo”, no es alguien que tendría que ser distinto de como es. Cada uno de nosotros nace “formateado” desde la matriz de uno u otro tipo, y, por decirlo de algún modo, seas del tipo que seas, está bien.

Dicho esto, quisiera subrayar que, como en todas las polaridades, lo mejor que puede suceder es que, tanto el introvertido como el extravertido, tengan la flexibilidad interior como para, si la situación lo requiere, poder ejercer los mejores atributos del tipo opuesto; pues es el rigidizarse en cualquiera de los dos extremos lo que disminuirá en cualquier individuo sus posibilidades de ser completo, pleno (cualquiera sea su tipo): un extravertido que no pueda mirar hacia adentro, considerar qué le sucede al otro, evaluar qué le pasa a sí mismo… estará tan en problemas como un introvertido que no desarrolle la habilidad de tender puentes hacia otras personas valiosas, de compartirse con otros, de vivir en el mundo sin que el mundo lo trague.

En el milenario dibujo del yin y yang vemos dos formas parecidas a dos pececitos, uno blanco y el otro negro; pero adviértase que cada cual tiene como un ojo (un círculo) del color opuesto, indicando que todo polo, para que haya equilibrio, debe contar con atributos de su par antagónico. ¡Por algo a Jung le interesaba tanto, entre tantos temas, el Taoísmo!

Validar lo que uno es resulta indispensable para poder contar consigo mismo. A partir de ello podemos observar qué es lo faltante, por dónde necesitamos volvernos más enteros sin forzar nuestra naturaleza. Desear ser como el tipo opuesto es uno de los modos de forcejear consigo mismo; muchos padres, educadores, y aún amigos o parejas tratan de “estirar” al introvertido para que salga de su caracol; y eso puede ser un acto violento al cual nadie tiene derecho.

Es importante saber, por último, que los períodos de “acaracolamiento” son muy necesarios para elaborar lo que nos sucede: cuando la vida nos jalea con sus fuertes mareas, no es “insano” querer estar solo, caminar sin rumbo, observar, leer, permanecer en silencio, escribir, pintar, evadir el gentío, porque estamos “masticando” un período singular. En esos tiempos el Inconsciente requiere de toda nuestra energía para generar un nuevo orden, hallar soluciones, reparar lo desgastado. Vivir siempre “acaracolado” puede ser un problema (sobre todo si no se es feliz). Pero ser un introvertido no. Comprenderlo puede traer mucho alivio, a uno mismo y a los cercanos: asentir cabalmente a la naturaleza de cada uno, sin pretender que sea quien no es. Así de simple.

Lic. Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires 
www.centrotranspersonal.com.ar 

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