Se arrincona en su soledad, siente que una mitad lo mira acusadoramente mientras que la otra le sonríe de una manera burlona, vengativa, gozosa de su sufrimiento, sin permitirle discernir la lógica de su acción, la lógica de las mentiras ajenas y las injurias del dolor. La dureza de lo aceptado como verdad, la mentira confesada como absolución, la realidad que es otra, un sueño hecho trizas como un copa de cristal contra el suelo. El agobio del miedo, de la culpa, la destrucción total, del amor al desamor en un instante, del tiempo que no cura nada, que sólo oculta lo vivido y lo coloca en un plano intrascendente, como si de un juego macabro se hubiera tratado.
Se esconde detrás de él y sólo ve aquellos restos, las necesidades perentorias, los cargos no asumidos, la ceguera de que todo forma parte de sus novelas, aquellos pasos que dieron para quedar paralizados. No hay duda mayor de lo que uno cree como certeza, no hay sospecha más cierta que la espera de una sentencia, no hay castigo más elocuente que morirse y seguir con vida.
El amor, qué palabra, un insulto que tanto se adora y tantas veces mata, una resurrección que se anhela cuando la amenaza de la muerte ataca, un sinfín de imágenes que han quedado grabadas en la indeleble emulsión de la memoria, como si ya fuera una película vieja dañada por rayones, deformada por el uso de ser tantas veces vista y jamás estrenada.
Somos inconsciente, materia de nuestra carne, somos destructivos y orgullosos, narcisistas y mentirosos, somos pobres diablos que gozamos al sufrir y no disfrutamos del placer de amar como amamos. Somos partículas de nada, miedo, inseguridad y desconsuelo, miserables que destruimos lo que más deseamos.
Se arrincona en su soledad y no porque se sienta solo, por eso se pregunta y no encuentra respuestas, hasta que se asoma por su balcón, desnudo como está, y ve una ciudad que respira por inercia, que escucha música por inercia, que enciende un cigarro por inercia, que sigue viviendo por inercia.
¿Se puede escuchar el mar desde un piso once en plena ciudad de Buenos Aires un miércoles de medianoche? Sin duda alguna. Los sonidos son como aquellos garabatos que se dibujan en el lado derecho del cerebro, dándonos la oportunidad de evocar lo que es verdaderamente trascendente en nuestras vidas.