Todos los días, la mayoría de nosotros despertamos adormilados, vamos a lavarnos o tomamos un baño, nos vestimos, desayunamos si nos da tiempo, y salimos corriendo a trabajar o comenzamos a realizar las labores del día.
La mayoría de las personas, espera el fin de semana para hacer cosas diferentes, salir de paseo, dormir, divertirse, ir de compras o simplemente descansar, para que el lunes siguiente, comience la rutina nuevamente. Y más común aún, tomar una ida al supermercado como “paseo dominical”.
Si no tomamos conciencia de todo esto, pueden pasar décadas y décadas, haciendo lo mismo, sin darnos cuenta de que eso no es la vida.
Jamás nos regalamos el tiempo para mirar un atardecer, ya no hay tiempo para agradecer a la vida el poder respirar o caminar, estamos preocupados porque el dinero no alcanza y nos conformamos viendo vitrinas, soñando con tener esa pieza exhibida algún día, cuando nos alcance, cuando podamos ahorrar, porque por ahora, no hay suficiente.
Comemos manzanas con sabor a manzana pero que llevan más de 10 años congeladas, compramos latas de atún que ya no contienen pescado sino gluten, tomamos bebidas sabor a… pero que no son naturales.
Y con todo eso, seguimos pensando que esa es la vida.
Un día cualquiera, comenzamos con molestias, algo nos duele, algo ya no podemos hacer y corremos al médico, que lo primero que diagnostica es estrés, y por supuesto su diagnóstico, nos provoca más estrés, porque aquella pieza exhibida en la vitrina, está más lejos que nunca, ahora ya debo usar mi dinero para medicinas. El colmo es, cuando el médico nos dice que, dado que nuestra familia siempre ha padecido de la presión, de diabetes, del corazón, de los huesos, de los riñones o de cáncer, nosotros lo padeceremos también y que debemos prepararnos.
Nos dan una gran lista de medicamentos para poder ir a mi paseo dominical en el supermercado sin molestias, ¡wow qué bendición!, pensamos.
Comenzamos a lamentarnos por nuestra mala suerte, nuestro destino, nuestra economía y ahora nuestra salud.
Seguimos comiendo atún que no es atún y seguimos pensando y sintiendo que no nos alcanza.
Pero tal vez, hemos añadido algo más “natural” a nuestras vidas. Tal vez ya ingerimos linaza, o ya tomamos vinagre, o ya compramos fresas orgánicas o ya no comemos carne, sin darnos cuenta de que en el fondo seguimos igual que antes.
Nos preguntamos, todos los días, por qué aunque demos nuestro 100% no conseguimos tener más dinero, por qué no conseguimos un trabajo que nos fascine y nos motive a superarnos, por qué no tenemos tiempo para ir al campo, por qué no tenemos dinero para cambiar los colchones de la casa, y aún con todo esto, seguimos haciendo exactamente lo mismo todos los días.
Podemos sumar nuestra vida sentimental y amorosa claro, podemos sumar los años y años que perdemos enamorándonos de hombres o mujeres que nos dejan, que nos engañan, que abusan de nosotros.
Podemos sumar la incapacidad para procrear o para embarazarnos.
O quizá podamos sumar vidas vacías en pareja, en donde sólo vemos a nuestro compañero o compañera por las noches al regresar del trabajo y sólo el tiempo suficiente para intercambiar un par de miradas o palabras antes de caer rendidos de cansancio.
¿Algo de esto les suena conocido?
El estudio del árbol genealógico, ayuda en estos casos, y no sólo porque nos regale historias increíbles y curiosas de la familia, sino porque nos permite entender y comprender, por qué no hemos tenido la fuerza para romper con la rutina, por qué no hemos tenido el valor de pedir un aumento de sueldo o cambiar de trabajo, por qué hemos encontrado siempre el mismo tipo de parejas, por qué el dinero que ganamos no nos rinde o se nos va como agua de las manos.
Y es que, a pesar de que el atún ya no contenga atún, el sentirme obligado o resignado a comprarlo, viene de mi árbol genealógico.
El miedo a enfermar de algo, viene de mi árbol genealógico.
Mi predisposición a ser vulnerable a padecer cierto tipo de enfermedades ante emociones específicas, viene de mi árbol genealógico.
Lo maravilloso del árbol genealógico, es cuando descubrimos en él, todas las causas de nuestros comportamientos, de nuestros miedos, de nuestras acciones, de nuestros conflictos, porque con esa información, ya sabemos lo que debemos cambiar en nosotros.
Descubrir que fue nuestro bisabuelo el que derrochó, jugó, apostó y perdió las miles de hectáreas del tatarabuelo. Descubrir que fue la abuela, la que perdía y perdía hijos porque se le morían siempre en un accidente. Descubrir que fue mi abuelo el que fue abandonado de niño y criado por una vecina. Descubrir que fue la tatarabuela la que se casó 5 veces. Saber que el tío era minero y murió asfixiado.
Saber todo esto, descubrirlo, nos hace liberarnos de destinos que no queremos, y que el árbol ya trae escritos.
Nos hace soltar equivocados diagnósticos, porque comprendemos que eso que nos dice el doctor, no corresponde a nuestra vida sino a la de otros familiares más arriba.
Nos hace empoderarnos y luchar por una vida mejor.
Nos hace dejar de creer que el supermercado es un paseo dominical.
Nos hace movernos, mudarnos, luchar por tener lo que en realidad merecemos.
Y toda esta magia, con tan sólo, comprender de dónde venimos.
La mayoría de las personas, espera el fin de semana para hacer cosas diferentes, salir de paseo, dormir, divertirse, ir de compras o simplemente descansar, para que el lunes siguiente, comience la rutina nuevamente. Y más común aún, tomar una ida al supermercado como “paseo dominical”.
Si no tomamos conciencia de todo esto, pueden pasar décadas y décadas, haciendo lo mismo, sin darnos cuenta de que eso no es la vida.
Jamás nos regalamos el tiempo para mirar un atardecer, ya no hay tiempo para agradecer a la vida el poder respirar o caminar, estamos preocupados porque el dinero no alcanza y nos conformamos viendo vitrinas, soñando con tener esa pieza exhibida algún día, cuando nos alcance, cuando podamos ahorrar, porque por ahora, no hay suficiente.
Comemos manzanas con sabor a manzana pero que llevan más de 10 años congeladas, compramos latas de atún que ya no contienen pescado sino gluten, tomamos bebidas sabor a… pero que no son naturales.
Y con todo eso, seguimos pensando que esa es la vida.
Un día cualquiera, comenzamos con molestias, algo nos duele, algo ya no podemos hacer y corremos al médico, que lo primero que diagnostica es estrés, y por supuesto su diagnóstico, nos provoca más estrés, porque aquella pieza exhibida en la vitrina, está más lejos que nunca, ahora ya debo usar mi dinero para medicinas. El colmo es, cuando el médico nos dice que, dado que nuestra familia siempre ha padecido de la presión, de diabetes, del corazón, de los huesos, de los riñones o de cáncer, nosotros lo padeceremos también y que debemos prepararnos.
Nos dan una gran lista de medicamentos para poder ir a mi paseo dominical en el supermercado sin molestias, ¡wow qué bendición!, pensamos.
Comenzamos a lamentarnos por nuestra mala suerte, nuestro destino, nuestra economía y ahora nuestra salud.
Seguimos comiendo atún que no es atún y seguimos pensando y sintiendo que no nos alcanza.
Pero tal vez, hemos añadido algo más “natural” a nuestras vidas. Tal vez ya ingerimos linaza, o ya tomamos vinagre, o ya compramos fresas orgánicas o ya no comemos carne, sin darnos cuenta de que en el fondo seguimos igual que antes.
Nos preguntamos, todos los días, por qué aunque demos nuestro 100% no conseguimos tener más dinero, por qué no conseguimos un trabajo que nos fascine y nos motive a superarnos, por qué no tenemos tiempo para ir al campo, por qué no tenemos dinero para cambiar los colchones de la casa, y aún con todo esto, seguimos haciendo exactamente lo mismo todos los días.
Podemos sumar nuestra vida sentimental y amorosa claro, podemos sumar los años y años que perdemos enamorándonos de hombres o mujeres que nos dejan, que nos engañan, que abusan de nosotros.
Podemos sumar la incapacidad para procrear o para embarazarnos.
O quizá podamos sumar vidas vacías en pareja, en donde sólo vemos a nuestro compañero o compañera por las noches al regresar del trabajo y sólo el tiempo suficiente para intercambiar un par de miradas o palabras antes de caer rendidos de cansancio.
¿Algo de esto les suena conocido?
El estudio del árbol genealógico, ayuda en estos casos, y no sólo porque nos regale historias increíbles y curiosas de la familia, sino porque nos permite entender y comprender, por qué no hemos tenido la fuerza para romper con la rutina, por qué no hemos tenido el valor de pedir un aumento de sueldo o cambiar de trabajo, por qué hemos encontrado siempre el mismo tipo de parejas, por qué el dinero que ganamos no nos rinde o se nos va como agua de las manos.
Y es que, a pesar de que el atún ya no contenga atún, el sentirme obligado o resignado a comprarlo, viene de mi árbol genealógico.
El miedo a enfermar de algo, viene de mi árbol genealógico.
Mi predisposición a ser vulnerable a padecer cierto tipo de enfermedades ante emociones específicas, viene de mi árbol genealógico.
Lo maravilloso del árbol genealógico, es cuando descubrimos en él, todas las causas de nuestros comportamientos, de nuestros miedos, de nuestras acciones, de nuestros conflictos, porque con esa información, ya sabemos lo que debemos cambiar en nosotros.
Descubrir que fue nuestro bisabuelo el que derrochó, jugó, apostó y perdió las miles de hectáreas del tatarabuelo. Descubrir que fue la abuela, la que perdía y perdía hijos porque se le morían siempre en un accidente. Descubrir que fue mi abuelo el que fue abandonado de niño y criado por una vecina. Descubrir que fue la tatarabuela la que se casó 5 veces. Saber que el tío era minero y murió asfixiado.
Saber todo esto, descubrirlo, nos hace liberarnos de destinos que no queremos, y que el árbol ya trae escritos.
Nos hace soltar equivocados diagnósticos, porque comprendemos que eso que nos dice el doctor, no corresponde a nuestra vida sino a la de otros familiares más arriba.
Nos hace empoderarnos y luchar por una vida mejor.
Nos hace dejar de creer que el supermercado es un paseo dominical.
Nos hace movernos, mudarnos, luchar por tener lo que en realidad merecemos.
Y toda esta magia, con tan sólo, comprender de dónde venimos.