martes, 20 de diciembre de 2011

Départ


No hice nada de lo debido. Giré para verlo alejarse, flotando sobre el piso, como en cámara lenta. Tomé nota de su estadía, y en ese instante que se iba volví a amarlo como lo amaba, mencionando su nombre a solas y en voz baja varias veces, como si cada vez que lo pronunciara él retrocediera un paso en su huída, acercándose cada vez más en su partida. Guardé su foto, esa que se había tomado conmigo una tarde de enero, mientras la nieve caía sobre Nevers y nosotros caminábamos tomados de la cintura para en la noche refugiarnos en su altillo, escuchar la vie en rose de la Piaf, y desnudos descubrir lo que conocíamos en un intento por develar secretos más íntimos.
También guardé bien guardada aquella carta marchita, una líneas donde repetía que me quería y aquellos versos de Baudelaire que exclamaban ven a mi pecho, alma sorda y cruel, tigre adorado, monstruo de aire indolente; quiero enterrar mis temblorosos dedos en la espesura de tu abundosa crin; sepultar mi cabeza dolorida en tu falda colmada de perfume y respirar, como una ajada flor, el relente de mi amor extinguido. Mi destino, desde ahora mi delicia, como un predestinado seguiré; condenado inocente, mártir dócil cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Desapareció y apenas me incliné para buscarlo, no ya con la mirada, sino con los recuerdos que pronto se adueñarían de mi vida.


De:  J.Marin