Esa medianoche de luna azul, la luna estaba más blanca que nunca. Mis palabras se agrietaron sobre el manto negro de las sombras, de esa luz de la ciudad que se filtraba sobre el ventanal de mi piso, esperando que suceda un milagro.
Es demasiado hermoso para que lo hayas escrito tú, me dijo desde atrás tomándome de la cintura y susurrándome risueña su frase sobre el oído. Yo giré, la besé suavemente, nos miramos y fui hasta mi música.
Vamos a tu cuarto, me intimó.
Hice sonar Los Actos del Poeta de Philips Glass y al voltearme la vi quitarse la ropa con una sutil gracia de puta que no se condescendía con su aspecto de dama.
Se introdujo en la oscuridad del pasillo, dejando caer las prendas íntimas sobre la alfombra para que pudiera observar que la vida sólo se trataba de amar a una mujer, a esa mujer.
Repítela, dila de nuevo, me suplicó de espaldas.
Ven a dormir conmigo. No haremos el amor. El nos hará.
Y fui tras ella.
De Juan Marin