Cada verano Hanna y los hermanos viajan a las afueras de Frankfurt. Visitan a su padre Peter que vive, hace muchos años, en una cabaña antigua en media de la pradera. Pasan un mes entero. El mes de vacaciones. La madre se queda trabajando en las oficinas de la ciudad como administradora de seguros. Este verano, a diferencia de otros, Hanna lleva en su valija el vestido blanco con volados y hombros descubiertos que le regaló la tía Kelly.
Todas las tardes cuando el padre se acuesta a dormir una siesta, Hanna a escondidas le saca uno de los cigarrillos rubios que él guarda entre los pañuelos dentro de la cajonera de madera, que está al costado del escritorio de lectura. Con el cigarro oculto en su delgada mano sale en puntas de pies de la habitación, para irse al prado donde la esperan Lucy y Jonas.
Lucy no está de acuerdo que su hermana fume. No le gusta el olor ni la actitud de mujer adulta que aparenta Hanna cuando enciende el cigarrillo. Se pone fría, distante, extraña. Siempre hace lo mismo. Pone una mano debajo de la axila y la otra la levanta a la altura de la cara y mientras cierra los ojos, da una pitada. Lucy dice que se parece a su madre. Jonas, en cambio, espera la siesta para ir al prado y colgarse de unos palos que Peter plantó hace un tiempo para armar un molino de viento.
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Hellen siempre lleva puesta una vieja camisa con bordados y mangas largas. La pollera tiene volados, varias capas de volados, como la ropa que usaban las niñas en los años `20. El cabello largo, lacio y fino cae frágilmente sobre sus pequeños hombros ya que sus contextura es muy delgada. Ella no conoce la ciudad, siempre vivió en la pradera, en una cabaña.
Una mañana Hellen trepa un pino, para ver el nido de los pájaros azules que aparecen todos los veranos. Con los pies descalzos escala sobre la corteza del árbol. Logra subir más de un metro y medio, pero al llegar a una de las ramas, se raspa las piernas y como el surco del río, la sangre empieza a caer sobre los tobillos. Del susto, la niña quiere bajar rápidamente, pero se engancha el volado de la pollera y termina cayendo al piso desde lo alto. Pasan varias horas hasta que un leñador la encuentra sin vida.
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Una siesta como todas las siestas, Hanna mientras el padre duerme, se acerca a buscar un cigarrillo. Muy despacio abre el cajón, pero solo ve pañuelos. Mira sorprendida a su alrededor. Camina de puntas de pies hacia el escritorio de lectura y empieza a buscar entre unos papeles desordenados que están arriba de una pila de libros. Detrás suyo sopla una brisa lo suficientemente fuerte que logra abrir las ventanas. Peter despierta. La niña se toca, nerviosamente, la cabellera y asustada, le dice que está buscando un lápiz para dibujar. El padre dormido, saca de la cajonera donde están los pañuelos, un cofre con lápices de colores.
Hanna, callada toma el cofre y sale despacio del cuarto. Respira profundo. Se sienta en el umbral de la cabaña, abre el estuche de madera barnizada y ve que adentro entre los lápices de colores había dos cigarrillos sueltos. Corre al prado. Feliz. Pero no encuentra ni a Lucy ni Jonas. Empieza a llamarlos, pero ellos no aparecen. Entonces camina un poco más lejos del futuro molino de viento y se sienta debajo de un pino. Enciende el cigarrillo. Y a los dos segundos se le apaga. Vuelve a encenderlo y vuelve a apagarse. Mira a su alrededor y no hay nadie.
Al levantarse siente que alguien le toca el brazo. Se da vuelta y ve una niña de su misma edad, con el cabello largo, lacio y fino que cae frágilmente sobre sus pequeños hombros. Y con una voz muy suave le dice que es muy lindo su vestido. Que desearía tener uno igual.
Hanna abre los ojos grandes y le pregunta quién es. Nunca la había visto.
Hellen, en cambio, le responde que la conoce, que este verano a diferencia de otros, lleva un reloj pulsera y le aclara que el vestido de volados que tiene puesto es la primera vez que lo trae. Hanna se sorprende aún más. La mira y se aleja dando cortos pasos. Al día siguiente vuelve al mismo lugar, pero con los hermanos. La niña no aparece.
Queda una semana para que terminen las vacaciones. Esa tarde, Hanna no quiere robarle a su padre el cigarrillo de la cajonera que esta al costado del escritorio de lectura. Piensa que quiere ver a Hellen y saber más de ella.
Vuelve al pino, pero no la encuentra. De regreso toma el camino que da al costado de la cabaña. Y al pasar escucha una tímida voz que la llama. Se da vuelta y es Hellen que está sentada sobre el banco de cemento, entre los troncos que el padre guardará en el establo, preparándose para el invierno.
Hellen la invita a sentarse a su lado. Pasan la siesta charlando y riendo a carcajadas. Las tardes de esa semana son iguales, excepto la última en que Hanna guarda el vestido en una bolsa de tela y como siempre, espera la hora de la siesta. Sin intenciones de fumar, va hacia el pino, se sienta debajo de las ramas, escucha el ruido del viento moviendo las hojas, ve como vuelan los pájaros azules y espera a Hellen. Quiere regalarle el vestido. Sabe que el próximo verano su amiga invisible, debajo del mismo pino, acompañada del ruido del viento moviendo las hojas y el vuelo de los pájaros azules, estará de blanco, esperándola.