jueves, 17 de julio de 2014

El libro de noche

Me gusta mirar esas fotografías. Es como leer sin palabras la historia de una vida, o al menos parte de ella. Mi libro de noche, así lo llamo, a esas imágenes que aún me siguen conmoviendo, mientras escucho a Einaudi en mi pequeño radiograbador. Digo, que mejor que un piano nostálgico, yo que he sido un músico frustrado, para hacerme viajar en el tiempo y estar junto a ellos en éste momento.
Esta foto es una de las que más me gusta, se las saqué yo, entrada la noche, habíamos ido a comprar algo al mercado, no recuerdo, la mocosa se encargaba de su hermano en una mano y de su muñeca en la otra e iban subiendo las escaleras de ese edificio nostálgicamente bello de la calle Piedras.
Ya vivía solo con ellos hacía un par de años, desde que su madre se marchó, de día una señora se encargaba, de noche yo los atendía. Era tan hermoso, tan simple y tan complicado vivir con mis hijos, tan definitivo en mi vida, tan crucial en mi destino, que ahora que han crecido, no dejan de ser mis niños, a pesar que ella da conciertos de piano por el mundo y él vende tecnología en alguna ciudad del primer mundo para hacer que la gente menos se comunique y más convencida se separe.
Que sé yo, a mi madre nunca la escuché tocar a pesar de ser concertista, el piano permaneció en silencio siempre, como un féretro apoyado en la pared. En cambio mi hija me hizo escuchar esas armonías que en mi vida faltaron, me llenó de música, me colmó de presencia aquel sonido que había sido ausencia durante toda mi infancia.
Hoy los echo de menos, ya van para dos años que no los veo, pero no hay momentos del día que no los recuerde, a pesar que me han dejado uno de esos aparatos y una forma donde se puede ver y hablar con las personas al mismo tiempo. Sin embargo, yo me quedo con mi libro de noche, esas imágenes en papel amarillento y quebrado que esculpen el tiempo y detrás de ellas cuentan historias, de esas que serán maravillosas por más dolorosas que sean. Hasta que por la puerta aparezca la señorita Cora trayendo en su bandeja mi medicina y diciéndome con una sonrisa que ya es hora de dormir guapo, hasta mañana.

De Juan Marin. 


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