En la antigua simbología los caballos solían representar a las emociones. Y es una magnífica metáfora, pues nuestros sentires, -al igual que los caballos-, requieren que aprendamos a relacionarnos con ellos de un modo sensible y lúcido: si se desbocan, se asustan, se inhiben, se encabritan... la convivencia con uno mismo y con otros se complica.
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