En una tienda de antigüedades encontró un traje que le sentaba a la perfección: no se arrugaba, no se gastaba, no acumulaba hedores, le desaparecían las manchas. Se lo puso y ya nunca más se lo quitó. Dormía con él, vestido así se bañaba, lo consideraba su hogar. Al cabo de algunos años su cuerpo empequeñeció. Tanto su cabeza como sus manos desaparecieron dentro del traje. Un día, murió sin que nadie se diera cuenta. Acabó por hacerse polvo. El traje, vacío, continuó sus mismas rutinas: andar sin rumbo por las calles, visitar el supermercado, sentarse en la terraza de un café.
Fue el traje el que murió, tenía más vida que quien lo vestía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario