Su estado era tan penoso que no podía saber en qué sitio del presente se encontraba, sintiendo al mismo tiempo que no existía el camino hacia el futuro. No había objeto, ninguna causa determinada, había en ese real confuso y sobreactuado una clara manifestación de soledad y vacío, ni siquiera el miedo como suele sentirse, esos síntomas en el cuerpo tan apropiados para la ciencia y tan ocultos para alma. Había terror, y el horror a veces solía tener esa belleza inexplicable, esa atracción inevitablemente seductora.
Estuvo yendo y viniendo, aplacándose con alcohol y cigarrillos, su cabeza giraba, su pecho lo oprimía, había lágrimas secas, de esas que recuerdan el olvido. No había forma de rescatarse del sinsentido, una suerte de oscura sensación hacia el abismo.
Había en el estómago una horrorosa criatura dormida, una creciente ansiedad sin motivo, como si el tiempo se hubiera detenido, como si las cosas que más amaba se hubieran muerto de hastío. Sin embargo, afuera la luna resplandecía, había un amor lejano, alguna que otra eventual amante cercana, se acercaba el fin de semana, voces que seguro callarían, Brian Eno sonando desde el equipo, un calor insoportable y bochornoso, la pausa que la dan las preguntas sin respuestas, la fragilidad del acto, un silencio tan inoportuno como vital y seguro, un tabaco encendido, una dulce voz que le había dicho alguna vez que llorar podía ser en estos casos la mejor medicina.
Entonces él esperó, como se esperan las cosas que tienen sentido, pero no lloró ni durmió ni se drogó buscando alguna salida. Se recostó y solamente esperó, como se espera a que se repliegue el enemigo. De JM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario