No sé, daría la impresión que cada vez tengo menos dudas. Pareciera que me he quedado solo pero estoy acompañado. De todos modos, se supone que mi reclusión no se prolongará por mucho tiempo más. Tengo el pálpito, muy supersticioso por cierto, de que el punto final de esta desolación ha de coincidir con mi ansiada liberación. Lo que a veces me maravilla, y otras tanto me aterra, es esta reconstrucción que estoy tratando de hacer con mi vida.
No puedo dejar de llamarla, de escribirle, de recordarla, de amarla. Sólo algunas ráfagas de dolor llegan cuando me somete el desánimo al pensar en la posibilidad de perderla, al sentir que puede tornarse imposible esta realidad de fantasía. Al agobiarme por los miedos, el fracaso, la cobardía, el desgarro de sentirme olvidado o la miserable culpa de abandonarla, de dejarla tendida al costado del camino como se deja a un animal recién atropellado. De J.M
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