En esta tarde gris tengo ganas de plagiarme. Alguna escribí llevo una maratón de horas hablándome en silencio. Ahora escucho a Alberto Iglesias y Vicente Amigo en Hable con Ella y es ideal para el estado de ánimo que cargo; por eso se los recomiendo si se sienten partidos y desolados, con ésta belleza sufrida tocarán fondo rápidamente.
Pienso en este momento, uno no necesita del otro para decirse. Me inclino hoy más a decirme lo que tal vez he dicho hasta el cansancio, y que muchas veces ha sonado a muletilla, a frase hecha, a lo que el otro quiere escuchar que uno diga. Lo importante para decir sinceramente, con el pecho abierto y el corazón sangrante que aún late, es poder decírnoslo a nosotros mismos. Muchas veces uno no se escucha lo que dice, no sabe lo que dice, dice por alguien que ha dominado nuestras palabras, una fuerza maligna que confunde y posee como un demonio, pero que al despertar de esa pesadilla quedan cicatrices en la carne, sombras en el alma, sospechas de muerte que tratamos desesperadamente de quitarnos de encima.
El hablar casi siempre hiere, casi siempre adora, casi siempre contradice. Certifica que no somos lineales, que nos hace parecer villanos cuando no lo somos, que nos averguenza frente a las personas que amamos, que nos dilapida todo lo que tan brevemente hermoso hemos construido. El hablar nos somete a la cárcel del lenguaje, nos hace imbéciles y vulnerables, engañosos y desalmados, nos arroja de un empujón al vacío cuando habíamos creído alcanzar la cima.
Por eso hoy, puedo decir lo que digo porque ya me he lo dicho a mi mismo anteriormente, no como un sermón condenatorio ni como el desespero de un suplicante. Por eso hoy puedo decir que te quiero.
De J.M.
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