Después de alambrar tu territorio interno,
de ponerle cerrojos a tu puerta entornada,
de mostrarte inconmovible, seguro y austero,
de pregonar que nada necesitas. Nada.
Después de maniatar tus ganas de abrazarlos,
después de amordazar tus mejores palabras,
después de sofocar tus "te quiero" y ahogarlos,
de represar el llanto, (que no te inundara)...
Después de dejarte solo en tus rincones,
de amortiguar la risa, la ternura, las ansias,
de renunciar a darte permisos y aprecio,
de espantar la belleza para que no anidara..
Después de medir cada voz, cada gesto,
(que la emoción permanezca sobria y controlada),
de burlarte de todo lo suave y lo tierno,
(que no se infiltre el polen en tus flores cerradas)...
fue que, a pesar de todo, insistente, la Vida
derritió tus aceros, derribó tu estructura,
doblegó tus escudos, invadió tu guarida,
cercenó tu alambrado y quebró tu armadura...
Y es que la Vida viva es tan brava e intensa,
tan pujante, tan clara, colosal y potente...
que despierta tu esencia, te transforma y ventila
tus oscuros refugios, fresca e insolente...
A pesar de que el miedo te selló en tu presidio,
el amor es más fuerte que el miedo, y te arrasa.
Te tomó por asalto, distrajo al centinela
y se dispuso, alegre, a habitar en tu casa.
Ignoró tus feroces pertrechos de guerra,
saltó sobre tus fosos, derribó tus murallas,
por debajo del yelmo besó tus mejillas...
y por fin te reíste. Y lloraste tus lágrimas...
Y te diste permiso de ser el que eras,
de dejar que el amor te viera y te abarcara,
de abrirle los postigos a lo maravilloso,
de admitir que lo bello en tu pecho anidara.
Desnudo de corazas, sin yelmos ni pertrechos,
inerme y vulnerable, indefendido y puro...
te tuviste a ti mismo y tuviste a la Vida,
y,
-por primera vez-,
te sentiste seguro.
Virginia Gawel
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