Tal parece que uno viene al mundo a jugar a volverse inolvidable. Aquella mañana, Alberto removía su café, tan cargado como su amor por ella. Una suave opresión le habitaba el pecho y su respiración iba volviéndose cada segundo más espaciada. Cerró los ojos y la vio de nuevo con su sonrisa de cielo, tan cercana y tan inalcanzable al mismo tiempo. El número de meses que llevaba sobreviviendo de aquella manera se volvía ya inconcebible. Las reservas de nostalgia se le estaban agotando. Afuera, el mundo estaba esperándolo. Simplemente sabía que no podía seguir así, estando sin estar. Aquél era el día en que tenía que dar el salto y continuar su camino. Las cosas se habían tornado complicadas, hacía un tiempo que ya no la veía. Sin embargo sintió que no podía irse así sin más, dejándola desamparada y quedarse tan tranquilo. De pronto, lo invadió una imperiosa necesidad de dejarle un regalo, a manera de despedida.
Si tan solo pudiera regalarle una estrella que velara sus pasos y la hiciera sonreír . Aunque quizá una sola estrella no alumbraría lo suficiente ¿Porqué no regalarle entonces una constelación entera que iluminara su desesperanza y ahuyentara a todos sus demonios? Pero las estrellas no sabían echar raíces ni encarnar flores, ni podrían encajar perfectamente en el contorno de sus manos.
-¿Qué tal un libro? – se dijo así mismo en voz alta.Volvió a negar con la cabeza.- ¡Bah, demasiado predecible!
-Debe ser algo que pueda susurrarle de vez en cuando al oído y convertir las noches dentro de sus sábanas en un paraíso.Tal vez un viaje al otro lado del océano.- Reflexionó unos momentos.
-Pero también debe saber escucharla aún cuando no diga nada, algo lo suficientemente sublime como para habitarle el alma.
Y sin darse cuenta, su día transcurrió callado hasta que el atardecer lo sorprendió todavía con el rechazo constante de sus propias ideas. Se sentó en su cuarto y abrió la ventana: hasta que su mirada terminó posándose en una fotografía empolvada. Y ahí estaba de nuevo ella, con la cabeza recargada en su hombro y su mirada llena de vida. Alberto sonrió recordando aquellas días felices en los que todos los días eran de ellos. ¡Cómo deseaba más noches, más desayunos, más paseos por el parque, más besos profundos…! De pronto todo parecía tan simple. Y entonces lo supo.
-Le daré lo mejor que puedo darle, el regalo más noble y hermoso.- Tomó su pluma y escribió en un papel su propio nombre.-Así que tómame, que quiero ser siempre tuyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario