De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo. Más de una vez me sentí
diminuto bajo ese azul dilatado: en la playa amarilla, éramos como hormigas en el centro de
un desierto. Y si ahora que soy un viejo paso mis días en las ciudades, es porque en ellas la
vida es horizontal, porque las ciudades disimulan el cielo. Allá, de noche, en cambio,
dormíamos, a la intemperie, casi aplastados por las estrellas. Estaban como al alcance de la
mano y eran grandes, innumerables, sin mucha negrura entre una y otra, casi
chisporroteantes, como si el cielo hubiese sido la pared acribillada de un volcán en
actividad que dejase entrever por sus orificios la incandescencia interna.
diminuto bajo ese azul dilatado: en la playa amarilla, éramos como hormigas en el centro de
un desierto. Y si ahora que soy un viejo paso mis días en las ciudades, es porque en ellas la
vida es horizontal, porque las ciudades disimulan el cielo. Allá, de noche, en cambio,
dormíamos, a la intemperie, casi aplastados por las estrellas. Estaban como al alcance de la
mano y eran grandes, innumerables, sin mucha negrura entre una y otra, casi
chisporroteantes, como si el cielo hubiese sido la pared acribillada de un volcán en
actividad que dejase entrever por sus orificios la incandescencia interna.
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