Nunca se supo cuando comenzaron, lo cierto es que fueron reproduciéndose por millares hasta que llenaron todos los recovecos del planeta; se mezclaban entre la multitud y entraban a las casas, a los edificios, aun entre las camas de los amantes se confundían; pero no hacían daño alguno. Eran solo sombras oscuras sin rostro definido y tan indiferentes como hojas secas al viento. El mundo se fue acostumbrando a ellas, eran casi trasparentes y se iluminaban de noche con luz de luna. Solamente cuando llovía, las sombras se diluían entre las gotas y se marchaban al cementerio más cercano…
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