jueves, 20 de febrero de 2014

Luego de dejar que el amor fluyera por nuestros cuerpos, sentí el corazón desbocado. 
Cerré los ojos y percibí cómo poco a poco bajaba el ritmo de nuestra respiración: 
cíclica, relajante, armoniosa. 
Giré sobre mi cuerpo, aspiré tu aliento y abrí lentamente los ojos, 
para encontrarte allí, a tu lado; 
tan tangible como el café que bebo todas las mañanas 
y tan actractivo 
como los atardeceres al aire libre. 
Pasé mi brazo por tu talle, desnudo y me abracé con fuerza a tu cuerpo, hasta que, tranquila, me dejé perder en sueños…

Allí, a esas horas de la madrugada, dejé de pensar en prosa absurda y lloré en silencio; agradecí poder vivir entre siete artes y una maravilla, poder tomar tu mano y besar tu alma cálida y sencilla.

Allí, a esas horas de la madrugada, agradecí por habernos encontrado.-

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