domingo, 9 de marzo de 2014

Eduardo Galeano

Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, 
y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

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