Acostumbrarse. Costumbre. Hábito. Repetición. Mecánico. Automático.
Acostumbrarse a, dormido, darle dos manotadas al despertador, semidormido, echar dos cucharadas de azúcar a un café sin gusto, vestirse en penumbras, y salir al mundo que dejó de ser un mundo para transformarse en una prisión.
Acostumbrarse a la pila de papeles sobre la mesa de la oficina, a los zapatos que me apretan. Acostumbrarse a esa acidez, de tomar tantos mates con tantos bizcochitos, esperando que pase la hora, mirando como el inexorable reloj marca los segundos, los minutos, las horas. La vida.
Ver una plantita en una maceta imaginando selvas, bosques, prados. Hablar con gente sin rostro por teléfono, por chat, con el monitor de por medio. Con la batería baja, la batería baja de la vida. La batería llegando a su final. La piel verdosa de tanta luz blanca, de tanta bombita, de tanta radiación, de tanto ruido, de tanto smog.
El médico y sus pastillitas para corregir esto, aquello me duele, se rompe, se hincha, retiene, se suelta, se expresa y se anestesia. Químicos. Recetas. Farmacias.
Pero los ojos, mis ojos...Se rebelan. Como un rayo, en un instante, salen de su ceguera y ven. Y los oídos apagados, se encienden. Un violinista callejero tocando su música. Una señora que se puso medias de distintos colores. Un niño que dejó volar un globo. Una paloma que picotea migas en el piso. Una nube con forma de corazón. Una pareja riendo a carcajadas. Un colectivero que saluda. Un tattoo con forma de rosa. Un piropo en el piso del "dos corazones". Un graffitti. La batería se va llenando de magia, y el cuerpo vuelve a pulsar hacia la vida. Me paro, me estiro, largo, alto, respiro, siento el latido, siento mi pulso, siento mis pulmones. Miro, conecto, despierto, me veo, me siento, me toco, estoy. Aún hay vida, aún hay sueños. Mañana, no habrá despertador, hoy dormiré bajo las estrellas en mi patio, bajo los efluvios de la luna, y regalaré a quien necesite mi despertador.
YA ESTOY DESPIERTO.
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