domingo, 21 de septiembre de 2014

"Nunca Cambies", una vez alguien me dijo. Menos mal que no le hice caso. Menos mal que cambié y que sigo cambiando. Menos mal que le dije "no" a la lenta cristalización, a la lenta resignación, a la lenta muerte en vida que equivale a no moverse, a no cambiar. Menos mal que no escuché esa voz que me pedía quedarme para siempre siendo la misma. La rigidez es un estado de muerte , porque la vida se mueve, basta observar a la Naturaleza, moviéndose, a las hojas caer y rebrotar, al pájaro que con tesón recoge ramitas para armar su nido. Todo está en constante movimiento y cambio. Yo cambié. Entendí que no existen los "para siempre" y aprendí a aprender de todo. 
Tantos pasos que aún no dí. Tanto por hacer. Tanto por vivir. Me dí cuenta que la sangre le corre en las venas a las personas, pero algunas no la sienten. Que algunas sólo caminan porque deben levantarse a trabajar. Algunas están robotizadas. Mecanizadas. Perdieron la conexión con la brisa, con el sol, con el perfume del día, con la luz de la luna. Tal vez, esas personas sí le hicieron caso a la voz que les decía : Nunca Cambies. Tal vez sea hora de entender que lo eterno vive aquí, en este instante. Y que el agua que corre por el río ya no será el mismo cuando yo vuelva, ni tampoco yo seré la misma persona que se bañe en ese río. Hoy no me gusta el té, tal vez mañana me guste. Ayer no me gustaban las faldas, hoy sí.  
Soy, Era, Seré. Siempre en cambio, siempre mutando, celebro la Rueda que me hace girar. Piedra que gira no acumula musgo, dicen. Y el musgo, nunca me gustó. ¡Seguiré rodando! 



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