martes, 6 de enero de 2015

Nunca antes

El sol se escondía en ese marzo como suelen esconderse los rostros acongojados. Volví a mi piso con la certera ambigüedad de lo que no ha podido resolverse. Era mediodía y esa resolana lograba cegarme de las consecuencias de lo que había sucedido. Tomé la carta que me había dejado para que la leyera cuando ella se hubiese marchado. No sé por qué pero cuando uno lee una carta de despedida, cuando posa sus dedos en las letras del papel escrito, cuando huele la textura de la nostalgia, se puede sentir la presencia de la ausencia con descarnada realidad, cosa que no sucede al recibir un correo electrónico, plagado de fría impersonalidad y exenta de los titubeos de la letra. Ese mediodía descubriría que de nada valdrían mis lágrimas.
Han pasado casi dos años y ya lo dijo alguien, las despedidas son esos dolores dulces, esas afirmaciones inauditas que se tornan en sentencia. Hace mucho calor en esta noche de enero, me tiembla la mano con solo sostenerla, cargar con ese peso que se hace insoportable, la huidiza impotencia de no saber qué hacer conmigo mismo.
Escucho réquiem para un sueño, la batalla final espera su orden majestuosa, retengo las letras, el manuscrito dejado, aquella carta guardada y jamás vuelta a ser leída. Doy un sorbo a esta pócima que los demonios han congelado, me muevo entre las sombras y descubro que la noche me ofrece su revancha, recuerdo de memoria su última frase escrita, me siento en el mosaico del balcón y enciendo un cigarrillo.
Nunca antes nadie me había hecho sentir así, tan mujer.

 Juan Marin



No hay comentarios: