Así comienza la primera estrofa de la memorable poesía de E.E. Cummings, genio de imaginación vivaz y ortografía irreverente. La frase describe una emoción tan universal que a nadie habría que explicarle de qué se trata. Pero ocurre que el corazón no es solo tema de incumbencia de enamorados y poetas.
Hoy sabemos que este órgano vital tiene una inteligencia propia, dotada de una compleja red neuronal y de un circuito de neurotransmisores que modulan el ánimo y regulan la interacción entre los distintos sistemas. Tampoco se discute que las ondas electromagnéticas que emite el corazón son 60 veces más poderosas que las del cerebro, pudiéndose medir a varios metros de distancia del cuerpo.
Y, además, se vuelve cada día más claro que estas ondas no están divorciadas de nuestra conciencia. Los científicos del Institute of HeartMath han descubierto que tenemos la capacidad de influir sobre este campo de fuerza, auto-generándonos a voluntad un estado de “coherencia”. ¿Qué significa “coherencia” en este contexto? Una sincronización entre las ondas electromagnéticas del corazón y las del cerebro que optimiza el funcionamiento de ambos y energiza a todos los sistemas del cuerpo, redundando en una mayor claridad mental y sosiego emocional. Este estado no una metáfora: se manifiesta en los encefalogramas y electrocardiogramas de las personas estudiadas, que de golpe parecen sincronizarse como por orden de un director de orquesta. Por si fuera poco, el efecto es contagioso: afecta a todo quien se encuentre a varios metros a la redonda de quien entra en esta sintonía.
¿Cómo se logra la coherencia? HeartMath enseña varias técnicas sencillas, basadas en dos intervenciones principales: focalizarse en la zona del corazón (imaginando que uno respira a través de este órgano) y evocar por unos minutos emociones positivas como el amor, la gratitud, la alegría y el altruismo. Es fascinante observar en los gráficos cómo el ritmo cardíaco de una persona estresada deviene armónico y ordenado en cuestión de segundos, con la sola inducción de un estado emocional positivo.
Por otro lado, descubrimientos recientes de la rama relativamente joven de la neurocardiología indican que el corazón es un órgano sensorio, dotado de un aparato de procesamiento de información sofisticado que le permite aprender, recordar y tomar decisiones funcionales con independencia del cerebro.
Desde otro ámbito, pero en igual sentido, el herbalista y autor Stephen Harrod Buhner sugiere que todos los organismos vivos responden a la información presente en el campo sutil del corazón. Según cuenta Buhner en su libro Las enseñanzas secretas de las plantas, esta es la manera en que todos los pueblos originarios han adquirido el conocimiento de los efectos medicinales de cada especie vegetal: comunicándose con ellas y percibiéndolas desde ese primer y privilegiado órgano de percepción.
Pero Buhner es el primero en admitir que esta clase de conocimiento lleva tiempo, paciencia y la posibilidad de habilitar momentáneamente un pensamiento intuitivo, no lineal, tan corporal como mental, la clase de pensamiento que distingue a este órgano versado en sutilezas y honduras.
“Hemos perdido la respuesta del corazón a aquello que se le presenta a los sentidos”, dice el junguiano James Hillman. Y, ciertamente, el camino de vuelta es lento, titubeante y a veces trabajoso. Pero vale la pena, porque lo que espera del otro lado es digna recompensa. Sea que abramos el corazón para percibir al mundo –hacer alianzas con el mundo vegetal, comulgar con las aves en vuelo- o para entrar en sintonía con un sinfín de corazones, el desafío es descubrir, abrir y animarse a pasar.
La última palabra es para Edward Estlin, cuyo apodo quedó por siempre confinado a las minúsculas en honor a su rebeldía gramatical. Él lo dice así:
“he aquí el más profundo secreto que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece más alto de lo
que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)
y éste es el prodigio que mantiene a las estrellas en su lugar
llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón)”
Fabiana Fondevila
Hoy sabemos que este órgano vital tiene una inteligencia propia, dotada de una compleja red neuronal y de un circuito de neurotransmisores que modulan el ánimo y regulan la interacción entre los distintos sistemas. Tampoco se discute que las ondas electromagnéticas que emite el corazón son 60 veces más poderosas que las del cerebro, pudiéndose medir a varios metros de distancia del cuerpo.
Y, además, se vuelve cada día más claro que estas ondas no están divorciadas de nuestra conciencia. Los científicos del Institute of HeartMath han descubierto que tenemos la capacidad de influir sobre este campo de fuerza, auto-generándonos a voluntad un estado de “coherencia”. ¿Qué significa “coherencia” en este contexto? Una sincronización entre las ondas electromagnéticas del corazón y las del cerebro que optimiza el funcionamiento de ambos y energiza a todos los sistemas del cuerpo, redundando en una mayor claridad mental y sosiego emocional. Este estado no una metáfora: se manifiesta en los encefalogramas y electrocardiogramas de las personas estudiadas, que de golpe parecen sincronizarse como por orden de un director de orquesta. Por si fuera poco, el efecto es contagioso: afecta a todo quien se encuentre a varios metros a la redonda de quien entra en esta sintonía.
¿Cómo se logra la coherencia? HeartMath enseña varias técnicas sencillas, basadas en dos intervenciones principales: focalizarse en la zona del corazón (imaginando que uno respira a través de este órgano) y evocar por unos minutos emociones positivas como el amor, la gratitud, la alegría y el altruismo. Es fascinante observar en los gráficos cómo el ritmo cardíaco de una persona estresada deviene armónico y ordenado en cuestión de segundos, con la sola inducción de un estado emocional positivo.
Por otro lado, descubrimientos recientes de la rama relativamente joven de la neurocardiología indican que el corazón es un órgano sensorio, dotado de un aparato de procesamiento de información sofisticado que le permite aprender, recordar y tomar decisiones funcionales con independencia del cerebro.
Desde otro ámbito, pero en igual sentido, el herbalista y autor Stephen Harrod Buhner sugiere que todos los organismos vivos responden a la información presente en el campo sutil del corazón. Según cuenta Buhner en su libro Las enseñanzas secretas de las plantas, esta es la manera en que todos los pueblos originarios han adquirido el conocimiento de los efectos medicinales de cada especie vegetal: comunicándose con ellas y percibiéndolas desde ese primer y privilegiado órgano de percepción.
Pero Buhner es el primero en admitir que esta clase de conocimiento lleva tiempo, paciencia y la posibilidad de habilitar momentáneamente un pensamiento intuitivo, no lineal, tan corporal como mental, la clase de pensamiento que distingue a este órgano versado en sutilezas y honduras.
“Hemos perdido la respuesta del corazón a aquello que se le presenta a los sentidos”, dice el junguiano James Hillman. Y, ciertamente, el camino de vuelta es lento, titubeante y a veces trabajoso. Pero vale la pena, porque lo que espera del otro lado es digna recompensa. Sea que abramos el corazón para percibir al mundo –hacer alianzas con el mundo vegetal, comulgar con las aves en vuelo- o para entrar en sintonía con un sinfín de corazones, el desafío es descubrir, abrir y animarse a pasar.
La última palabra es para Edward Estlin, cuyo apodo quedó por siempre confinado a las minúsculas en honor a su rebeldía gramatical. Él lo dice así:
“he aquí el más profundo secreto que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida; que crece más alto de lo
que un alma puede esperar o una mente puede ocultar)
y éste es el prodigio que mantiene a las estrellas en su lugar
llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón)”
Fabiana Fondevila
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