Apenas despierto, desconecto el teléfono para que nadie me arrebate con su compañía forzada. Han pasado las horas y todo está bien, a pesar que no he pronunciado palabra. Está bueno eso que a veces no se hable, que no haya nada que hablar, que ya esté todo dicho. Si no hay palabra, no es que haya silencio. Tal vez haya silencio cuando cada uno pueda hablarse. Y hoy empiezo a hablarme. Un diálogo imperdible. Una maratón de horas hablándome en silencio.
De Juan Marin
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