Era tan grato leerla que suponía un extraño y lejano gesto de posesión. A pesar de la modernidad, había algo de antigua expectativa epistolar, como si alguien esperara que esas palabras, desordenadas y auténticas, trajeran una bocanada de aire puro, de oxígeno vital, de deseo despabilado a fuerza de alegría, frescura y gracia eterna.
Las cosas estaban en el lugar equivocado, los años habían jugado un truco más mentiroso que nunca, la vida eran dos paralelas que en algún momento se encontrarían aunque ninguno de los dos, sinceramente, esperara nada. Pero en esa contradicción flagrante radicaba la magia.
Ella con sus mohines, yo con mi ternura. Ella con sus llamadas, yo con mis palabras. Ella con su vida sacrificada y luminosa, a fuerza de choques estelares. Yo, como un rehén recién liberado que deja caer alcohol sobre su herida para que cicatrice pronto.
O no cicatrice nunca.
De Juan Marin
Las cosas estaban en el lugar equivocado, los años habían jugado un truco más mentiroso que nunca, la vida eran dos paralelas que en algún momento se encontrarían aunque ninguno de los dos, sinceramente, esperara nada. Pero en esa contradicción flagrante radicaba la magia.
Ella con sus mohines, yo con mi ternura. Ella con sus llamadas, yo con mis palabras. Ella con su vida sacrificada y luminosa, a fuerza de choques estelares. Yo, como un rehén recién liberado que deja caer alcohol sobre su herida para que cicatrice pronto.
O no cicatrice nunca.
De Juan Marin
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