viernes, 18 de diciembre de 2015

“En la vida hay dos clases de música”, dijo el Maestro Ananda; “la dulce música que se percibe con los oídos y la divina música que se escucha tan sólo en el sagrado recinto del corazón. La primera, a través de las emociones más puras, nos lleva al cielo de las grandes manifestaciones estéticas de las supremas inspiraciones humanas. ¡Cuánto tejido mirífico! Se diría que cada nota es un ángel que detiene su vuelo en el camino misterioso de los pentagramas –para Occidente– y en nuestras sagradas letras –Sa, Ri, Ga, Ma, Pa, Dha, Ni– para nosotros, los hindúes. Componer música es como haber aprendido a rimar las voces de la vida, voces a las cuales se las pone a navegar como sirenas encantadas en los mares de los más dulces sentimientos. Hay músicas que cantan al amor, a la alegría, a la naturaleza, en fin, hasta a la desesperación y la tristeza”.
“Sin embargo, hijos míos –dijo dirigiéndose a sus discípulos– esa música es apenas pálido reflejo de la gran música del corazón. Mientras que la primera para construirse necesita del complejo mundo de compases, notas, intervalos, como les digo, necesita sobre todo, bordar sus estéticas en el cañamazo del tiempo, la música del corazón, necesita de otras contexturas para elevar sus melodías. Ya no están en ellas los Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, no están los Sa, Ri, Ga, Ma, Pa, Dha, Ni, no hay ritmo a respetar, ni ningún metrónomo para medir tiempo alguno. Las notas con las cuales el corazón compone sus músicas y hace de cada hombre un compositor “Celeste”, son las “notas” siguientes. La primera e imprescindible, se llama Amor a Dios; la segunda, Amor a las criaturas vivientes; la tercera, oración; la cuarta, compasión; la quinta, supremo Titiksha o fortaleza ante las vicisitudes de la vida manifiesta, siempre cambiante, nunca la misma, poblada de soles y de sombras que como arcilla, en manos del alfarero se transmutan continuamente en coloraturas grises o claridades brillantes. La sexta nota es la ecuanimidad de visión para con quienes nos aman y aquellos por quienes nos sentimos heridos. Y por último, hijos míos, la séptima retorna de nuevo a unirse dulcemente con la primera porque ésta se llama conciencia despierta. El despertar de esta conciencia nos dice en la hondura de nuestro ser “tú, y tu Padre, en razón de Su piedad Infinita son Uno y sólo a Él debes amar, y sólo en Él debes pensar y sólo a Él debes abrazar con todo tu Ser”. Llamaremos a ésta última y sacrosanta nota, Conciencia de Devoción a Dios, no simplemente respeto, o temor a Dios, sino Devota Conciencia de Su Infinita Grandeza. Es nota que cierra la Divina Sinfonía que hemos venido a aprender a cantar, a conquistar en esta vida. Sabed que mientras no lo hagamos, seremos criaturas–barcos, e iremos siempre desde las riberas del dolor a las otras riberas de la felicidad, como navegando una y otra vez, por los infinitos mares de Mâyâ”.
“Sólo cuando logramos escuchar, y componer, y crear esa divina música dentro del corazón, nos acercamos al Divino Puerto de la Inmaculada Felicidad y la Verdad Perfecta”.


  Del libro “Cuentos para el Alma”, de Ada D. Albrecht     

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