jueves, 30 de junio de 2016

Viajar es cambiar

Aristóteles identificaba el movimiento con el cambio, siendo el traslado de lugar uno de los cambios accidentales posibles. Accidentales significa que, aunque cambie de sitio, sigo siendo el mismo. La esencia, por el contrario, no puede cambiar, porque si lo hace, se destruye. Así, todo cambio que realizamos, viajes incluidos, sólo son accidentales, contingentes; el verdadero cambio esencial sólo sería nuestra muerte. 
Aristóteles, por supuesto, se equivocaba. Víctima de una época de búsqueda de verdades absolutas, presa de la necesidad humana de clasificar, edificar y solidificar las cosas, creó el concepto de esencia fija e inmutable. Mas, yo prefiero pensar que somos seres cambiantes, nómades. ¿Acaso viajar no es cambiar? ¿Moverse no es morir un poco? El desapego es la forma más indicada de superación personal, para crecer hay que saber dejar atrás. El viaje es el crecimiento, la madurez, la conjugación perfecta del tiempo y el espacio. 
Cayendo en ciertos lugares comunes, podemos decir que la misma vida es un viaje. Cada decisión, cada encrucijada, es un camino actual elegido y a la vez innumerables caminos posibles descartados. Pero este viaje suele ser sólo temporal. Para que la vida sea realmente un viaje es necesario incluir el otro eje cartesiano: el espacio.  
Dormir es viajar, soñar es viajar, leer es viajar. Pero, valga la tautología, viajar es viajar. Viajar es más que trasladarse: viajar es salir, moverse a lo no conocido, sentir la adrenalina de conocer cosas nuevas y explorar (y explotar) los sentidos: viajar es ver paisajes pero también es oler nuevos aromas de tierra, agua y viento; tocar texturas nunca antes sentidas, abrazar el calor áspero, el frío intenso; probar sabores exóticos, clásicos, olvidados; oír la lluvia sobre la piedra, las olas rompiendo, la montaña tronando. Viajar es admirar lo sublime, la experiencia estética que ofrece la naturaleza con todos los sentidos. 
Por lo tanto, me resisto a creer que el movimiento a través del espacio sea un solo cambio accidental. Retomando al viejo Heráclito, “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”, ya que el río no es nunca el mismo, y nosotros tampoco. Es necesario retornar a la vida del nómade para no estancarse en la rutina, salir de la caverna, dejar de ser un ser alienado de su propia esencia y dedicarse a construirla. 
Viajar es conocer y conocerse. Un viaje en soledad nunca es tal. Viajar solo abre puertas, aumenta expectativas, acalla voces y abre oídos. Es necesario tomar la mochila literal para dejar la metafórica. Levar el ancla, soltar amarras, sacarse el peso de encima. Hay que ser fuerte para viajar solo y viajar solo es una forma de hacerse más fuerte. El abismo es peligroso, pero no tanto por el peligro de caerse sino por la tentación de arrojarse al vacío. Y viajar es un proyectarse al abismo. Salir de la esfera cotidiana, romper los muros mentales (más resistentes que los de ladrillos), abrir la puerta o, mejor aún, comprender que siempre estuvo abierta, solo que no nos animábamos a salir.  
Y si todo eso no produce un cambio esencial en tu vida, es que ya estabas muerto.    

Juan Pablo Vasquez 



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