Pero muy cerca de la caja del duende, había un agujero, en el que vivía el enano de las pesadillas.
Al enano le daban mucho miedo los sueños y por eso, si el duende había dejado a los niños un bonito sueño, el enano de las pesadillas no entraba en la habitación.
Pero el duende era muy tímido y no quería que nadie lo viera, por eso, no se acercaba a la cama de los niños que no dormían y si el enano oía que lloraban o que estaban despiertos, sabía que allí no había ningún sueño; entonces entraba de puntillas, escondiéndose entre las sombras, sin hacer ningún ruido, para dejar sus horribles pesadillas debajo de la cama.
El duende trabajaba tanto y estaba tan cansado que un día se quedó dormido en su caja azul y durmió durante cuarenta días seguidos.
Y aprovecho el enano los cuartos vacíos de sueños para llenarlos de pesadillas; pesadillas tan espantosas, que hacían que los niños salieran corriendo a dormir con sus papas y durante cuarenta días nadie pudo dormir tranquilo, con monstruos y fantasmas acechando en malos sueños.
Cuando el duende de los sueños se despertó y vio lo que había pasado por su culpa, decidió que tenía que arreglarlo.
Se encerró tres días y tres noches en su caja azul, fabricando el sueño más grande y maravilloso que nadie había soñado jamás, y cuando lo terminó esperó a que todo el mundo estuviera dormido y se metió en el agujero del enano para dejarle aquel regalo en su almohada.
Y tan fantástico era aquel sueño, que el enano no se despertó nunca más y el duende pudo descansar tranquilo, sabiendo que nadie asustaría a los niños con feas pesadillas, aunque él se quedara dormido.
Por eso, por las noches hay que hacer poco ruido, para no despertar al enano de las pesadillas y si no se sueña nada, es que el duendecillo de los sueños, se ha quedado dormido en su caja azul.
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