sábado, 12 de noviembre de 2016




Ayer, por la tarde, pasé por el Parque Centenario. El sol invitaba. Luego de un rato, veo que un hornero, juntaba alimento en su pico y volaba sobre una caja de cartón que estaba semi abierta. Estaba ubicada en el piso, al costado de unos faroles que enfilan el camino. Observé la escena, extrañada. Me acerqué y miré adentro de la caja. Y vi un nido, quebrado en dos, pero con los pichones vivos. Caminé unos pasos, imaginando cuál sería la situación, al día siguiente. El lugar lleno de gente, perros, mate, pelotas...y pensé en el riesgo. Entonces me comuniqué con el Refugio de aves caídas. Es una asociación civil. Horas más tarde, volví al lugar y había dos voluntarios. Pero la caja no estaba. Los guardianes del parque, dijeron que se los llevó una chica. Mientras su madre hornera, giraba alrededor. Los voluntarios, me comentaron que en una situación similar, lo primero que hay que hacer es salvar a los pichones, porque la mamá ante tanto gentío, suele alejarse por temor y los pequeños quedan expuestos. Me despedí. Caminé unos pasos y me senté al costado del lago. Ya había oscurecido. De repente escucho el ladrido de un perro. Me doy vuelta y veo a un cachorro, de orejas largas, solo. Y atado en uno de los banco. En un momento, se acercó una pareja. Y ella, trato de calmarlo. Antes de irme, hablé con ellos. Deducimos que lo abandonaron, pero él me dijo que se pusieron en contacto con un refugio, y le darían transito por la noche, para luego ubicarlo con una nueva familia. De a ratos, el mundo parece caer, pero no todo esta perdido hay muchos que ofrecen su corazón. Ofrezcamos, siempre hay recompensas.

Carol C

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