jueves, 1 de junio de 2017

¿Hasta cuando nos pertenecen las cosas? 
Los juguetes con los que ya no juego, ¿siguen siendo míos? 
Los libros que ya no leo, ¿siguen siendo míos?
Esa ropa que no me pongo, los trastos que te presté hace veinte años, los discos llenos de polvo, las herramientas oxidadas, los artefactos rotos, los trofeos intactos, las cosas viejas como nuevas porque están sólo de adorno, todo lo que ya no uso y probablemente no vuelva a usar nunca más... ¿sigue siendo mío?
¿Qué hace que algo sea mío? ¿Que alguna vez lo compré? ¿Que me lo han regalado? ¿Que está a mi nombre?
¿Qué lo hace dueño a uno? ¿Cómo se apropia uno de las cosas? ¿Hasta cuándo uno sigue siendo dueño de sus cosas?
A veces creo que lo único verdaderamente mío son mis palabras, mis pensamientos, mis recuerdos... mis acciones, mis sentimientos y mis elecciones... 
Las cosas llegan, se van, es una fantasía que sean nuestras. Todos necesitamos algo de que aferrarnos, un refugio, una verdad, para forjar nuestra identidad. Sería una pena que ese algo sean cosas. Si ser es tener, no tener es no ser. ¿Vos qué tenés? ¿Casa? ¿Auto? ¿Cosas? Eso se va, se marchita, se pierde...
Mejor invertí en lo eterno, da cosas imperecederas, valorá lo que no se corrompe: el amor, la sonrisa, la compañía, el abrazo, la palabra, la caricia... eso sí que es tuyo para siempre. Esas cosas no se gastan ni se olvidan

[J. P. A. V.]



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