La beso, a ella la beso, y no soy hipócrita. La beso como podría morderla, y a veces la muerdo, o comérmela y masticarla y digerirla. Porque hay una desesperada necesidad, casi diría una obligación, de marcar al otro, a la otra, aunque sea con los dientes, y aunque alguno de éstos sea postizo. Dejar una marca propia es cosa de vida o muerte, o de muerte solamente, porque la intención subterránea es traspasar la muerte, es seguir existiendo después del fin.
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