domingo, 9 de junio de 2019

Primero escupió, luego expulsó los restos de humo agazapado en sus pulmones y finalmente lanzó al agua, propulsándola con sus dedos, la colilla mínima del cigarro. El escozor que sintió en la piel lo había devuelto a la realidad y, de regreso al mundo, pensó cuánto le hubiera gustado saber la razón verdadera por la cual estaba allí, frente al mar, dispuesto a emprender un impredecible viaje al pasado. 
Internamente un juego de emociones se disipó, pero regresó con énfasis. Tónico hacia aquello que con exactitud, todavía, no sabía descifrar. El viento frío y húmedo de la tarde movió, sin permiso, las aguas que se aproximaban a la orilla. Estaba en el puerto de Génova, en aquel lugar donde partieron sus tatarabuelos italianos. Cerró los ojos e imagino cómo fue esa despedida. Un sombrero. O quizás un pañuelo en el cuello. Algunas pertenencias. Más un bolso de mano, lleno de nostalgia y esperanzas. Al igual que una pintura, la imagen visualizada, permaneció en el aire sin esfumarse…

De repente:

— Il signor vuole un ombrello, la pioggia sta arrivando (1)
— Buon pomeriggio, è vero — y miró el cielo — quanto costa? 
— 5 euro, signor 
— Bene, dammi questo nero…grazie

Un par de nubarrones grises trajeron varias gotas desvergonzadas. Abrió el paraguas negro, bajo la mirada, y camino hacía el bar. Quizás buscando calidez tras un reconfortante capuchino. Encendió otro cigarro, mientras la nostalgia disfrazada de frescos recuerdos, lo hizo pensar si el viaje en el que se había embarcado también iría hacia un futuro con sabor a melancolía.

(1) — Señor, quiere un paraguas, viene la lluvia. 
— Buenas tardes, es verdad, ¿cuánto sale? 
— 5 euros, señor 
— Bien, deme este negro…gracias

Carol C.



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