En el fondo, amar es un acto de fe. Siempre el encuentro de una pareja es milagroso. No deberíamos haber ido a ese sitio, pero movidos por una fuerza que creemos absurda, vamos para encontramos con la persona que nos acompañará el resto de nuestra vida. O bien, el mágico encuentro se produce a un momento dado: si hubiéramos estado ahí cinco minutos antes o cinco minutos después, nada hubiera sucedido. Desde la primera mirada el amor se presenta con una certeza absoluta. Sin embargo, si dejamos entrar las dudas, los celos, el espíritu de posesión, el milagro se desvanece. Pensando en ello he escrito esta fábula:
En una playa perdida junto al mar Caribe, un indígena vivía de la pesca. En las noches, solitario, mirando la luna, se preguntaba: “¿Por qué no tengo una mujer como los otros. Quiero una compañera simple y a la vez brillante. La quiero humana y también diosa. Deseo que en la noche oscura ilumine mi camino”. Para pasar el tiempo, plantó sandías. Crecieron enormes. Las cargó en su burro y fue a venderlas al mercado de un pueblo. A mediodía llegó un hombre moreno acompañado de una extraña mujer: a pesar de ser joven, sus cabellos eran plateados. El indígena exclamó, admirado: “¡Raro es el cabello de tu mujer!” El moreno le respondió: “Más extraño su corazón, porque también es plateado”. El indígena le preguntó: “¿Dónde nacen mujeres tan maravillosas?”. El otro le dijo: “En un pueblo de brujos, detrás de las montañas. El que se casa con una de ellas alcanza la paz, el amor, la sabiduría, la prosperidad”. Y no quiso decir más. El indígena exclamó: “¡Encontraré una mujer así!”. Y abandonando su burro y sus sandías fue a las montañas. Escaló, bajó, atravesó valles, bosques, desiertos, miles de aldeas. Buscó durante años. Le creció el cabello, la barba, se cubrió de harapos, adquirió expresión de loco. Los campesinos se rieron de él. “¡Ja, ja, busca una mujer con el corazón plateado!”. Nunca la encontró. Decepcionado, volvió a su playa para vivir desnudo comiendo sólo almejas. Un día vio bajar a una mujer por el cerro. ¡Tenía la cabellera plateada! Cuando llegó junto a él, le dijo: “Me envían los brujos porque lo has dejado todo por mí. Te pertenezco.” El gruñó: “No creo que tus cabellos sean reales: te los has pintado. ¡Y tu corazón ha de ser rojo! ¡Te desenmascararé!” Bruscamente le hundió un cuchillo entre los senos para abrir un surco y extraerle el corazón. ¡Era plateado! Gritó: “¡He recuperado la fe! ¡Lograré por fin la paz, el amor, la sabiduría y la prosperidad!” Pero ya era tarde, la mujer estaba muerta.
Llegas hasta donde llega tu fe.
Alejandro Jodorowsky
En una playa perdida junto al mar Caribe, un indígena vivía de la pesca. En las noches, solitario, mirando la luna, se preguntaba: “¿Por qué no tengo una mujer como los otros. Quiero una compañera simple y a la vez brillante. La quiero humana y también diosa. Deseo que en la noche oscura ilumine mi camino”. Para pasar el tiempo, plantó sandías. Crecieron enormes. Las cargó en su burro y fue a venderlas al mercado de un pueblo. A mediodía llegó un hombre moreno acompañado de una extraña mujer: a pesar de ser joven, sus cabellos eran plateados. El indígena exclamó, admirado: “¡Raro es el cabello de tu mujer!” El moreno le respondió: “Más extraño su corazón, porque también es plateado”. El indígena le preguntó: “¿Dónde nacen mujeres tan maravillosas?”. El otro le dijo: “En un pueblo de brujos, detrás de las montañas. El que se casa con una de ellas alcanza la paz, el amor, la sabiduría, la prosperidad”. Y no quiso decir más. El indígena exclamó: “¡Encontraré una mujer así!”. Y abandonando su burro y sus sandías fue a las montañas. Escaló, bajó, atravesó valles, bosques, desiertos, miles de aldeas. Buscó durante años. Le creció el cabello, la barba, se cubrió de harapos, adquirió expresión de loco. Los campesinos se rieron de él. “¡Ja, ja, busca una mujer con el corazón plateado!”. Nunca la encontró. Decepcionado, volvió a su playa para vivir desnudo comiendo sólo almejas. Un día vio bajar a una mujer por el cerro. ¡Tenía la cabellera plateada! Cuando llegó junto a él, le dijo: “Me envían los brujos porque lo has dejado todo por mí. Te pertenezco.” El gruñó: “No creo que tus cabellos sean reales: te los has pintado. ¡Y tu corazón ha de ser rojo! ¡Te desenmascararé!” Bruscamente le hundió un cuchillo entre los senos para abrir un surco y extraerle el corazón. ¡Era plateado! Gritó: “¡He recuperado la fe! ¡Lograré por fin la paz, el amor, la sabiduría y la prosperidad!” Pero ya era tarde, la mujer estaba muerta.
Llegas hasta donde llega tu fe.
Alejandro Jodorowsky
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