sábado, 21 de septiembre de 2013

¿TU PROBLEMA CONSISTE EN COMENZAR COSAS SIN PODER NUNCA TERMINARLAS?

Alejandro Jodorowsky: He recibido muchas preguntas de personas que padecen el problema de comenzar cosas sin poder nunca terminarlas. También hay otras que tienen multitud de planes e ideas por realizar, pero los embarga la desidia y nunca comienzan. Aquí, en Plano sin Fin encontrarán una descripción de lo que les sucede y su posible solución. Busquen el tema “Neurosis de fracaso” o bien en mi libro “Manual de Psicomagia”. Cuando yo era joven, sufría de esta neurosis, no pudiendo terminar lo poco que lograba comenzar. Hasta que un día me sucedió algo, la mayor humillación que he sufrido en mi vida, que me curó este problema haciendo que siempre terminara lo que habìa comenzado. Con una gran vergüenza, les voy a contar lo que me pasó:

En Santiago de Chile, cuando yo tenía 18 años, a lo único que quería dedicarme era a la poesía. Una noche de invierno acompañé a un amigo de mi misma edad, el poeta Enrique Lihn, que estabademasiado ebrio, a su casa.Vivía en un barrio apartado, oscuro, de calles estrechas. Una gran avenida, que por humorada del destino se llamaba Providencia, extendía su ancho lomo a unas cuadras de ahí. Le entregué el poeta a su madre, me despedí de ellos y emprendí el regreso. Vi aproximarse, por mi vereda, a tres individuos de mala catadura. Instintivamente cambié de lado. Ellos, al ver el movimiento defensivo, se abrieron en abanico. Uno sacó una macana, el otro un cuchillo y el tercero una pistola. ¡Me puse a correr! “¡Párate, maricón!”, gritaron. Lancé un pedido de auxilio que sonó como chillido de puerco en el matadero. ¡Ninguna ventana se abrió! Ahí iba yo, el ex inmortal, al borde del abismo bajo el indiferente firmamento, galopando por una calle-cementerio donde puertas selladas defendían mausoleos, dejando en mis pantalones la huella fecal del miedo… Con la dignidad pulverizada, deposité mis esperanzas en llegar a la avenida Providencia. ¡A veinte metros de ella vi que estaba oscura: una pana de corriente! Y entonces, vencido, entregado, me detuve y esperé a los bandidos. ¡Llegaron y de un puñetazo en el estómago me lanzaron a tierra! Con calma agónica les rogué que no me mataran, que se llevaran todo, porque yo era un poeta. Me pidieron la billetera, que guardaba sólo un escuálido billete; observaron mis papeles de estudiante, saludaron y se fueron diciendo que eran policías y que me habían confundido con un ladrón. “¡Para otra vez no corra, porque se hace sospechoso!”. Adolorido en cuerpo y alma, llegué a la avenida: ¡Ahí, a la vuelta de la esquina, había veinte personas jugando cartas en un café! ¡Con unos cuantos pasos hubiera estado a salvo! ¡Si fueran asaltantes podían haberme matado, por entregarme como una res!

¡En ese mismo instante juré que siempre mantendría mis esfuerzos hasta que no me quedara una gota de energía y que nunca abandonaría una obra empezada hasta no haberla terminado!


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