Prólogo (Fragmento)
Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus no imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años. A eso se llama vivir, o haber vivido, pendiente de un olvido. Es natural ahora, cuando el olvido roe las neuronas, pero aún recuerdo que aquella vez, hace casi cuarenta años, soñé y olvidé y desde entonces pienso que el grueso de la memoria se compone de cosas negras hechas de puro olvido. La memoria está llena de olvido, llena de olvido, vacía de sí, llena de olvido, casi hecha de puro olvido. Uno mismo termina hecho de puro olvido. La idea era recordar los sueños. (...) Joven, pronto imaginé que bastaba tomarlos en serio y recordarlos al despertar y evocarlos un par de veces rato después de despertar, para fijarlos en la memoria. Por un tiempo. Parece que el sueño sucede en un espacio (¿será la mente, la conciencia, el interior..?) al que vendrían a caer los sueños siguientes para desplazarlos a otro lado. La nada oscura. A veces pienso, –y es como un sueño ese pensar–, que si realmente uno tomase con toda seriedad el propósito de recordar los sueños y se aplicase a ello y se esforzase, podría llegar a recordarlos a todos. Es decir, recordaría incluso a los que fueron olvidados. Al menos su nombre, “sueño del pato que habla”, “sueño del zapatito de la bailarina”, etc. Pero venimos hechos de una materia incapaz de esforzarse mucho y muy poco propensa a tomarse alguna cosa con seriedad. Por eso, si uno quisiera recordar los sueños, podría anotarlos al despertar y ejercitarse en aprender a despertar en el momento justo de haberlos soñado: abrir esa ventana. Alguien se estará preguntando porque este relato de una muestra de cosas soñadas se llama “la gran ventana de los sueños”. (...) Es cierto que me gustó usar la palabra “ventana” y después de elegirla veo que alude a una ventana rara, que no se abre a ninguna parte. Es decir, se abre al sueño: pura imagen y tiempo que no suceden en lugar alguno. Y que ahora, malamente, se reproducen sobre papel como simulando una obra.
Y tal vez sean una obra. Obra del sueño u obra del dueño, siempre será más original que cualquier intento de ficción. Cualquiera –y a mí me ha sucedido– puede volver a escribir o a reescribir la obra de otro, pero nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos con tu propio estilo de soñar, o de escuchar tus sueños.
Sueños de retorno
Los sueños del retorno al colegio, a la infancia o a la universidad son frecuentes. No paso un año sin registrar alguna variante de este género. Me cuentan que lo mismo les ocurre a quienes tuvieron la experiencia del servicio militar obligatorio, y siempre, en sueños, vuelven a convocarlos una y otra vez.
Como ellos, no son sueños que evocan acontecimientos pasados. Ocurren en el presente y el que sueña es uno mismo que, en el presente, debe, por alguna razón debe repetir una experiencia pasada. En mi caso, las causas del retorno son escenas de sueños de terror administrativo: son el extravío de un certificado, o el descubrimiento de un trámite mal realizado los que me obligan a repetir un tramo de mi carrera.
Por ejemplo, en la ceremonia de entrega de diplomas en la universidad me anuncian que, antes de retirar el mío, debo cursar una materia del primer ciclo de la escuela secundaria. Por algo que no puede ser sino un error burocrático me han impuesto perder otro año de mi vida en una rutina casi infantil.
Los sueños de retorno tienen algo de pesadilla: padecer la injusticia bajo la forma de una inapelable justicia administrativa. Pero tienen también una parte de soberbia: las experiencias de ser adulto en un ámbito de niños y de asistir a clases con la certidumbre de saber siempre más que cualquier profesor. “Soberbia” es la expresión adecuada para describir la emoción que acompaña al saberse reconocido como mejor informado que la autoridad.
Tienen también un componente mágico: siempre la ventaja que enorgullece en el pasado procede de una propiedad o de una destreza adquirida en el futuro. En los sueños de retorno el que sueña ha madurado o envejecido mientras los otros personajes –generalmente los mismos camaradas de entonces– son idénticos a lo que fueron en el pasado.
Los sueños de retorno son, sin excepción, sueños sobre instituciones. Muchos sueños se escenifican en ámbitos naturales o artificiales creados ad hoc y cuyas autoridades, reglas y límites espaciales se ignoran y tampoco son pertinentes a la historia que se sueña o se vive en el sueño. Pero por lo que conozco de mis sueños y de otros sueños narrados, los de retorno siempre devuelven al que sueña a un espacio institucional, claramente pautado.
En los sueños, a los espacios naturales, estelares, marinos y andinos se llega. A los espacios institucionales se pertenece o se retorna.
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