Te miro dormir mientras duermes y pienso que tú no duermes, sólo escoltas mi vigilia, mis desvelos de siglos y volcadas madrugadas. Te miro cuidar lo que cuido y advierto que la felicidad tiene una imagen elocuente, tan propia que no podría ser de otra manera.
Recorro tus piernas encogidas, tu desnudez extrema, tu silencio fortuito, enciendo mi tabaco mientras te observo y me obligo a poseerte con la mirada, ya que no hay realidad ni fantasía que me detenga. Juzgo perentorio que me devuelvas la vida, que ni suspires cuando te miro, que rondes en los abismos en que hemos caído, que seas esta noche definitivamente esa mujer que alguna vez se ha ido.
Ruego que te quedes en este olvido que se ha hecho lacerante, en estas palabras que pronuncio para mí mismo, en esta oscuridad de amasijos de bocas, risas abiertas y penas sufridas.
Dejaré de mirarte cuando yo me duerma, dejaré las sombras cuando acaricie tu piel con mis letras, volveré a soñarte cuando el lecho de mi cama sea tal vez por ti compartido.
Cuando desaparezca esta maldita costumbre de acostarme a tu lado y abrazarme al vacío.
De Juan Marin
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