domingo, 14 de septiembre de 2014

INTERVINIENDO A BORGES

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Así y todo, en esa suerte de desvarío, en ese laberinto de puertas falsas y cuerpos en ausencia, yo avanzaba en la nostalgia, como si fuera una infusión que tuviera que tomarse fría.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. 
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, 
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? 
Crucé el puente de Vallecas o alguna que otra callecita de San Telmo y llegué lenta y pausadamente hasta su sombra, pero lejos de dejarme atrapar por tan insistente perturbación sentí una inconmensurable paz.
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. 
Me detuve en la calle adoquinada, incliné la cabeza, apenas sonreí y miré hacia su apartamento, aguardando vaya a saber qué cosa. Sólo esperé. Como se espera lo que jamás volverá a suceder. 
El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.


De Juan Marin 

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