Había pensado, me había puesto a escribir. Lo nuestro, después de aquel episodio, era como el cenicero caído al piso. Me acuerdo que no había saltado ni un mínimo pedazo de cerámica, sólo se había partido por la mitad.
Juntaba sus mitades y encastraban perfecto, ni era visible la resquebrajadura. Las uní con pegamento y volvió a cumplir con hidalguía su cometido. Era aquel cenicero reconstruido como éste era nuestro amor deconstruído.
Eso si, que nadie se atreviera a darle un golpe certero o no se cayera de nuevo al piso, porque sin dudas ahora si saltaría en pedazos, haciendo añicos su naturaleza y desvaneciendo nuestras tibias ilusiones amorosas.
Por eso, esa tarde cuando volvió a mi apartamento y yo caminaba en busca de mis restos, ella sólo encontró las huellas del desencuentro.
De Juan Marin
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