Una de las pruebas más difíciles para una mujer en la vida es la difícil relación con su madre. Y esto, lamentablemente, sucede más a menudo de lo que sospechamos. La madre, muchas veces, pone expectativas y proyecta sueños y frustraciones en la hija. Y cuando esta no responde a su modelo pautado y demuestra tener sus elecciones y decisiones, puede haber abusos verbales, manipulaciones, agresiones y cortes.
Hay que tener valor para enfrentar estas heridas, ya que la mayoría de las veces, la madre no está dispuesta a hacerse cargo ni a aceptar, ni siquiera a reflexionar sobre su comportamiento. Tal vez no puede o no lo ve. Entonces es la hija la que debe trabajar sobre sí misma sanando, perdonando, y sobre todo, poniendo la mirada en sí misma, en los proyectos personales. No es culpa nuestra. Tal vez hay que tener compasión por esta madre que no ha podido llenar sus propios sueños y descarga sus frustraciones y rabias con los que tiene cerca, inconsciente tal vez del sufrimiento profundo que causa. Al aceptar que no somos responsables del comportamiento de nuestras madres, podemos soltar algo de culpa o esa sensación de falla que hemos tenido durante años porque era imposible complacerla. No hay decisiones que podamos tomar para conformarla. Esto no sucederá, porque si ella está infeliz e inconforme consigo misma, pasará esta frustración a las hijas, ya que es más fácil no hacerse cargo. Lo mejor es hablar, contar con la red de amigos , pareja, terapeutas. Darle voz a tu dolor te ayudará a dejarlo ir. Escuchar otras voces, otras experiencias afines, será sanador. Dejarse sostener por la red es aceptar ayuda y sentirse acompañada. Y por último, aunque sea lo más difícil, hay que trabajar internamente el perdón. Este es uno de los aspectos más difíciles de superar en una relación abusiva, pero retener la ira no ayudará a sanar por completo. El perdón no significa que justifiquemos el comportamiento ofensivo, tampoco significa olvidar ni confiar en la persona que nos dañó, el perdón es un regalo que te estás dando a vos misma. Estás dejando ir cualquier sentimiento negativo o de venganza para no quedar atrapada en la amargura.
Sanar desde el amor es posible.
Hay que tener valor para enfrentar estas heridas, ya que la mayoría de las veces, la madre no está dispuesta a hacerse cargo ni a aceptar, ni siquiera a reflexionar sobre su comportamiento. Tal vez no puede o no lo ve. Entonces es la hija la que debe trabajar sobre sí misma sanando, perdonando, y sobre todo, poniendo la mirada en sí misma, en los proyectos personales. No es culpa nuestra. Tal vez hay que tener compasión por esta madre que no ha podido llenar sus propios sueños y descarga sus frustraciones y rabias con los que tiene cerca, inconsciente tal vez del sufrimiento profundo que causa. Al aceptar que no somos responsables del comportamiento de nuestras madres, podemos soltar algo de culpa o esa sensación de falla que hemos tenido durante años porque era imposible complacerla. No hay decisiones que podamos tomar para conformarla. Esto no sucederá, porque si ella está infeliz e inconforme consigo misma, pasará esta frustración a las hijas, ya que es más fácil no hacerse cargo. Lo mejor es hablar, contar con la red de amigos , pareja, terapeutas. Darle voz a tu dolor te ayudará a dejarlo ir. Escuchar otras voces, otras experiencias afines, será sanador. Dejarse sostener por la red es aceptar ayuda y sentirse acompañada. Y por último, aunque sea lo más difícil, hay que trabajar internamente el perdón. Este es uno de los aspectos más difíciles de superar en una relación abusiva, pero retener la ira no ayudará a sanar por completo. El perdón no significa que justifiquemos el comportamiento ofensivo, tampoco significa olvidar ni confiar en la persona que nos dañó, el perdón es un regalo que te estás dando a vos misma. Estás dejando ir cualquier sentimiento negativo o de venganza para no quedar atrapada en la amargura.
Sanar desde el amor es posible.
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