jueves, 9 de marzo de 2017

En nuestra cultura Occidental pocas cosas son tan rechazadas por la persona promedio como su propio cuerpo: porque es demasiado gordo, flaco, alto, bajo... porque hay zonas que duelen o están accidentadas o enfermas... porque hay áreas que guardan momentos biográficos penosos... porque hay rasgos que se parecen a ancestros que no queremos... porque no se acepta con gracia el paso de los años... Otras veces el rechazo es más sordo: se lo ignora. Se vive como si exigirle, hacerlo correr, quitarle descanso, darle de comer cosas insalubres, privarlo de todo contacto con el resto de la Naturaleza... no tuviera consecuencias (tal como si se tratara de un robot, y no un ser sintiente).
Y hay algo que es claro: nuestros vínculos con los demás sólo pueden ser sanos si cultivamos un vínculo sano con nosotros mismos. Y sólo podemos tener un vínculo sano con nosotros mismos si aprendemos a relacionarnos afectuosamente con nuestro propio cuerpo. A cualquier edad, cualquiera sea su género, cualquiera sea su estado de salud.
¿Somos el cuerpo? Sí y no. Nuestra identidad más honda se plasma en él... y a la vez podría decirse que la Vida (así, con mayúsculas) en-carna en él para atravesar la experiencia humana. Por eso en las enseñanzas de Oriente se considera al cuerpo como algo sagrado. Recuperar ese respeto, esa reverencia, e inclusive la ternura que cualquier otro ser sintiente nos puede generar, es algo muy importante desde la Psicología Transpersonal.
San Francisco de Asís hablaba del "Hermano Cuerpo": la Naturaleza en nosotros. (Hermano Sol, Hermana Luna, Hermana Tierra... Hermano Cuerpo.) Si reaprendemos a percibirlo como algo sagrado, digno de afecto, de admiración, de ternura, recuperamos lo que siempre debió haber: una relación de profundo Autocuidado Consciente, con aceptación afectuosa de cualquier condición corporal (estética, de salud, de edad, de género, biográfica...).
Amarlo tal como es resulta una tarea indispensable, no sólo para sentirnos realmente a gusto con nosotros mismos sino, en algunos casos, para activar en el cuerpo su capacidad de autorreparación, modificando los procesos orgánicos y microorgánicos a partir de lo que sí está en nuestras manos cambiar, sin cirugía alguna: nuestra actitud hacia él.

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