El estadounidense Abraham Maslow (uno de los padres de la Psicología Humanista y Transpersonal) en la década de 1960 acuñó esta expresión describiendo aquel fenómeno por el cual, al igual que tememos lo peor de nosotros, tememos también a lo mejor de nuestra interioridad: a nuestras máximas posibilidades, nuestras cualidades más bellas, nuestros talentos; nos asusta llegar a ser aquello que vislumbramos en nuestros mejores momentos.
La resultante es que la persona se autolimita, se restringe, como si huyera del destino que más idóneamente estaría en condiciones de cumplir. Ve a sus dones como una amenaza, y en vez de desplegarlos, los reprime. Con ello, reprime su más genuina identidad, su esencia, generándose a sí misma una tristeza muy característica que tiene, en verdad, cierto sabor a autotraición. Es como experimentar nostalgia de sí mismo, pues ese "sí mismo" está amordazado y sin permiso para ejercer lo que vino a hacer a este mundo...
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