Quiso lo fortuito, el destino, que dos fundadores de la literatura, tanto anglosajona como en español, como Shakespeare y Cervantes, murieran el mismo día. Quiso también que uno de los primeros grandes autores nacido en este continente, Inca Garcilaso de la Vega, diera su último respiro en aquella fecha: 23 de abril de 1616.
Y quiso -varios siglos después- que un librero español, Vicent Clavel Andrés, utilizara todos sus recursos, económicos y políticos, para que a la Cámara Oficial del libro de Barcelona aprobara el festejo de un Día del Libro. Y lo logró, allá por 1926.
Sin dudas, la casualidad, lo fortuito, el destino, hizo posible que en 1995 la Unesco considerase apropiada la fecha para decretar un Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.
Más allá de la fecha, la verdadera datación de muerte de los tres autores no es del todo correcta: Cervantes falleció el 22 de abril, pero en aquellos tiempos, en el siglo XVI, la costumbre dictaba que se debía consignar la fecha del fallecimiento el día del entierro, que sí fue el 23. De hecho, en el histórico registro del libro de difuntos de la madrileña iglesia de San Sebastián así aparece.
Por su parte, el bardo efectivamente feneció el 23 de abril, aunque del calendario juliano, por lo que su fecha -ajustada al calendario gregoriano que se utiliza hoy en la mayoría de los países- hubiese sido el 3 de mayo. Por su parte, la partida de Inca Garcilaso de la Vega, nacido en Cusco, Perú, sigue envuelta en polémicas, ya que según el historiador al que se consulte se habría producido el 22, 23 o 24 de abril de 1616.
Eso sí, lo que es irrefutable es que ya en 1930, la fecha de la celebración que comenzó en Cataluña de la mano de Clavel Andrés y se contagió a todo el planeta se fijó para el 23 de abril en honor al autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha que, descubrieron entonces, que por casualidad compartía el día con Shakespeare.
Y quiso -varios siglos después- que un librero español, Vicent Clavel Andrés, utilizara todos sus recursos, económicos y políticos, para que a la Cámara Oficial del libro de Barcelona aprobara el festejo de un Día del Libro. Y lo logró, allá por 1926.
Sin dudas, la casualidad, lo fortuito, el destino, hizo posible que en 1995 la Unesco considerase apropiada la fecha para decretar un Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.
Más allá de la fecha, la verdadera datación de muerte de los tres autores no es del todo correcta: Cervantes falleció el 22 de abril, pero en aquellos tiempos, en el siglo XVI, la costumbre dictaba que se debía consignar la fecha del fallecimiento el día del entierro, que sí fue el 23. De hecho, en el histórico registro del libro de difuntos de la madrileña iglesia de San Sebastián así aparece.
Por su parte, el bardo efectivamente feneció el 23 de abril, aunque del calendario juliano, por lo que su fecha -ajustada al calendario gregoriano que se utiliza hoy en la mayoría de los países- hubiese sido el 3 de mayo. Por su parte, la partida de Inca Garcilaso de la Vega, nacido en Cusco, Perú, sigue envuelta en polémicas, ya que según el historiador al que se consulte se habría producido el 22, 23 o 24 de abril de 1616.
Eso sí, lo que es irrefutable es que ya en 1930, la fecha de la celebración que comenzó en Cataluña de la mano de Clavel Andrés y se contagió a todo el planeta se fijó para el 23 de abril en honor al autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha que, descubrieron entonces, que por casualidad compartía el día con Shakespeare.
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