miércoles, 11 de junio de 2014

El inicio tan temido

Decí que existe el amor y existe Mozart, le dije. Sino no te dejaba volver.
Hemos vencido el tiempo y esta distancia que tanto pesaba en nuestro pecho, me dijo ella.
Se lo dije mirándola escribir mientras escuchábamos la Júpiter. Ella lo dejó por escrito, en una carta, como si fuera un testamento que se firma al nacer.

El inicio no era el principio, era algo que acontecía y por ello debíamos nominarlo; nos urgía darle un orden para otorgarle sentido al paso del tiempo implacable. Sabíamos que la espera había sido por momentos desesperante, sabíamos que lloraríamos al encontrarnos, sabíamos eso y mucho más. Por eso contamos los besos, las veces que dijimos te quiero, las horas que vivimos fuera del mundo, encontrando belleza en el defecto, risas francas en las torpezas, abrazos rotos y otros recién inaugurados, silencios muertos en los errores, sexos repentinos y alocados, miradas de palabras mudas, suspiros de plenitud consagrada, asombros por confesiones dichas en voz alta.
El inicio era despedida, agujetas que se clavaban en el medio del pecho, esa espera desesperante que aún no había comenzado, esa foto que había quedado mirándome sonriente mientras yo escribía, un reloj que se detuvo a la hora señalada, la alegría entristecida por la ausencia, un piano que sonaba al llegar la noche para dejar caer alcohol sobre la herida en carne viva, su camiseta blanca apoyada sobre mi remera negra, un cigarrillo tras otro y la emoción de mis amigos hermanos, las lágrimas que ardían por dentro, un vacío tan colmado de gratitud recíproca, una felicidad que no sé si existía pero que si sabía duraba unos instantes, aquellos que parecerían tan efímeros como eternos.

Sonó el timbre. Mi amigo pasó a buscarla para llevarla al aeropuerto. Atrás quedaba un sueño dentro de otro sueño dentro de otro sueño próximo a hacerse realidad. 
Te amo, le dije.
Nunca, ni por un instante, volteés tus ojos a lo que hemos construido con tanto amor porque en ese preciso instante, nadie habrá valido la pena, me dijo ella.
Cargamos la maleta, nos dimos un fuerte abrazo, un largo beso y se marchó.



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